Vª TeRTuliA. MoTivaCioNes e INcEnTiVos




Motivaciones e Incentivos

incentivo, va.
(Del lat. incentīvus).
1. adj. Que mueve o excita a desear o hacer algo.
2. m. Econ. Estímulo que se ofrece a una persona, grupo o sector de la economía con el fin de elevar la producción y mejorar los rendimientos.

motivación.
1. f. Acción y efecto de motivar.
2. f. motivo ( causa).
3. f. Ensayo mental preparatorio de una acción para animar o animarse a ejecutarla con interés y diligencia.

  En un marco de restricciones presupuestarias arbitrarias y de políticas de desmantelamiento y descuido programado de los servicios públicos de salud, donde la falta de expectativas de los profesionales y de planificación a largo plazo son la tónica habitual, hablar de motivaciones es, efectivamente, un verdadero “ensayo mental”. La mayoría estamos de acuerdo en que nuestros gestores, si hay algo que “ejecutan con gran interés y diligencia” es la desmotivación del professional. Y es que la incompetencia, suficientemente desarrollada,  es indistinguible de la mala fe.

 Motivaciones en el marco de los profesionales de la salud, hay muchas y de muy distinta naturaleza. Seguramente las motivaciones intrínsecas al propio ejercicio de la profesión son las más importantes y el verdadero motor del sistema.
 Si hablamos del conjunto del sistema sanitario, las motivaciones varían según si nos referimos a los gestores, los profesionales o los pacientes. Conocer esas motivaciones, hacerlas confluir armonizando el logro de resultados sobre los pacientes con los de la institución e incentivarlas adecuadamente es, seguramente, uno de los mayores retos de la organización de un sistema sanitario. Motivación e incentivos tienen que estar alineados y deben formar parte del complejo engranaje de los sistemas de gestión, enfocando claramente sus objetivos a la obtención de una mayor calidad, medida en resultados en materia de salud y no a la consecución de objetivos meramente económicos o de ahorro. La falta de objetivos institucionales y de filosofía de mejora de “la empresa”, provocan una desafección de los profesionales para con su organización sanitaria que hace muy difícil esa confluencia de objetivos comunes y por lo tanto una buena incentivación en la consecución de esos objetivos.
 En este punto es cuando tenemos que distinguir lo que se debe considerar incentivo de lo que se debe considerar salario, porque no se puede incentivar aquello que corresponde al desempeño propio del trabajo, como el horario o la buena praxis y tampoco se pueden  emplear unos mal llamados incentivos en forma de productividad para realizar bajadas de sueldo encubiertas.

 Entonces, ¿creemos que hay alguna partida que debe desvincularse de lo que significa el salario normal? En este punto parece claro que no discriminar en algún punto los diferentes desempeños de los profesionales supone claramente un incentivo negativo y una discriminación con aquellos que digamos, hacen bien su trabajo o dedican un mayor esfuerzo a hacerlo bien. En este punto y dado que hablamos de trabajadores del conocimiento, hay quien apuesta por una evaluación o certificación periódica del conocimiento además de una progresiva interiorización de la cultura de la transparencia y evaluación del desempeño tanto de profesionales como de instituciones.

 Cualquier incentivación que no vaya dirigida a la mejora de la calidad y al fomento de la excelencia tanto individual como colectiva con objetivos de producción de salud, se podrá convertir en lo que se conoce como incentivo perverso y en este sentido, la confusión creada en torno a los incentivos a los profesionales que ha dado lugar a errores desmotivadores históricos, como las productividades variables que realmente son fijas, las  carreras profesionales mal diseñadas o las peonadas que incentivan únicamente la actividad, no han hecho más que enturbiar y desligitimar esta herramienta, que usada con sensatez podría suponer un estímulo al trabajo bien hecho y a la mejora del rendimiento pero que usada como parte de una estrategia comercial o desenfocada de la verdadera actividad sanitaria solo ha traído confusion, frustración y erosión de la motivación intrínseca entre los profesionales. En este sentido, como es más fácil salir del error que de la confusión y lo que gira en torno a los incentivos es la confusión, ni siquiera se han tomado la molestia de evaluar las consecuencias de la puesta en marcha de estas prácticas desligadas del fomento de la excelencia y el error que supone hacer un mal uso de las incentivaciones.

Al final y pese a estas políticas claramente desmotivadoras y erosionadoras, el sistema sanitario ha seguido funcionando con altos niveles de calidad, apoyado casi únicamente en la profesionalidad y las motivaciones intrínsecas de sus profesionales, entre las que se incluyen el desarrollo y la promoción profesional, la excelencia técnica, el reconocimiento social, el espíritu de servicio, la humanidad y la vocación entre otros.
Así, los incentivos se pueden dividir en incentivos no económicos, que potencian estas motivaciones intrínsecas, como la promoción profesional, los impulsos a la formación, las mejoras en el entorno laboral, el reconocimiento al esfuerzo, etc… y en incentivos económicos, siempre ligados al rendimiento, pudiendo ser éste individual o colectivo dirigidos al logro de conductas deseadas o a la desaparición de conductas indeseadas.

 En resumen, la necesidad de aumentar la productividad y la eficiencia de los sistemas sanitarios ante un aumento de la demanda y en un marco de restricciones presupuestarias, implica necesariamente la modificación de las estructuras organizativas y de gestión, incluyendo un rediseño cuidadoso de los incentivos en clara consonancia con las motivaciones y con un objetivo único: aumentar la productividad en salud.

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